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Expresión, Mayo, Junio, Julio, 2010
Autor
Alzate Isaza, Daniel
Victoria, Carlos Alfonso
Orozco Quintero, Andrés
López Duque, Natalia
Bejarano Vásquez, Mariel
Cristancho Ossa, Fabián
Muñoz, Yuli Andrea
Zuluaga Bedoya, María Angélica
Idárraga, María Laura
Romero Aroca, César Augusto
Hincapié, Juan Manuel
Sánchez Largo, Laura
Sarralde D., Milena
Institución
Resumen
Si durante mucho tiempo la política fue un ejercicio
de comunicación en el que un grupo de poder intentaba
transmitir una propuesta en forma de ideología, de
modelo de gobierno o de proyecto de sociedad a través
de un intermediario- el político-, las últimas décadas del
siglo XX y la primera del XXI trajeron consigo una inversión
de la premisa. Las ideologías pasaron a segundo
plano, los modelos de gobierno se convirtieron en un
asunto técnico y el proyecto de sociedad se vio reducido
a un enunciado retórico.
En su lugar, los medios de comunicación, aupados
por las agencias de publicidad y las empresas de mercadeo,
hoy no proponen programas sino individuos, de
cuya capacidad para la puesta en escena y para el manejo
de los lenguajes mediáticos al uso depende el grado de
aceptación entre los electores. De allí se concluye que no
importen los contenidos sino el carisma y la capacidad
del candidato para sintonizar con los anhelos o los temores
primarios de la población. Una mirada a los procesos
electorales de los últimos años nos da un panorama de la
situación: En 2008 los colombianos eligieron a Andrés
Pastrana, no por la solidez de sus casi inexistentes postulados,
sino por la promesa de paz implícita en su aparente
cercanía con “ Tirofijo” y su toalla devenida símbolo de
reconciliación.
Cuando la guerrilla optó por el desplante y el gobierno
tiró la tolla, buena parte de la población se arrojó en
los brazos de un finquero paisa que, con un tono entre
bravucón y sensiblero, prometió manejar el país como
si se tratara de un potro cerrero y de paso acabar con la
subversión. Ocho años después, desesperada porque el
precio de la seguridad democrática fue una aumento desbocado
de la corrupción y la politiquería, buena parte de
esa masa le apuesta su destino a dos matemáticos que
hablan de legalidad como si fuera una virtud particular
y no la obligación de un estado social de derecho que se
precie de serlo.
Para lograr su objetivo, la dupla Mockus-Fajardo,
tan glamorosa como la delantera del Real Madrid, cuenta
con una herramienta que en su momento no tuvieron
sus antecesores: las llamadas redes sociales, un universo
sin lugar ni tiempo, donde las cruzadas de todo tipo se
multiplican y crecen con pasmosa rapidez, al punto de
que hoy ,en los cuatro puntos cardinales de Colombia y
en cualquier lugar de la tierra donde habite un colombiano,
se habla de “El fenómeno Mockus”. Y en este punto
es donde la discusión se torna interesante. ¿Cuántos de
los contagiados por la fiebre se han detenido a analizar
los contenidos de una propuesta capaz de seducirlos con
tan inusitada rapidez? ¿Es la suya una decisión o una
respuesta impulsiva -y a veces compulsiva– al carácter
contagioso de los mensajes que circulan por la red?
Esas son preguntas que los colombianos deberíamos
tratar de responder, independiente de si simpatizamos o
no con los candidatos en cuestión, si queremos de veras
forjar una cultura política donde el raciocinio y al análisis
vuelvan a jugar el papel que les corresponde, sobre todo
en sociedades tan proclives a los actos pasionales como
la nuestra.