dc.description | Si durante mucho tiempo la política fue un ejercicio
de comunicación en el que un grupo de poder intentaba
transmitir una propuesta en forma de ideología, de
modelo de gobierno o de proyecto de sociedad a través
de un intermediario- el político-, las últimas décadas del
siglo XX y la primera del XXI trajeron consigo una inversión
de la premisa. Las ideologías pasaron a segundo
plano, los modelos de gobierno se convirtieron en un
asunto técnico y el proyecto de sociedad se vio reducido
a un enunciado retórico.
En su lugar, los medios de comunicación, aupados
por las agencias de publicidad y las empresas de mercadeo,
hoy no proponen programas sino individuos, de
cuya capacidad para la puesta en escena y para el manejo
de los lenguajes mediáticos al uso depende el grado de
aceptación entre los electores. De allí se concluye que no
importen los contenidos sino el carisma y la capacidad
del candidato para sintonizar con los anhelos o los temores
primarios de la población. Una mirada a los procesos
electorales de los últimos años nos da un panorama de la
situación: En 2008 los colombianos eligieron a Andrés
Pastrana, no por la solidez de sus casi inexistentes postulados,
sino por la promesa de paz implícita en su aparente
cercanía con “ Tirofijo” y su toalla devenida símbolo de
reconciliación.
Cuando la guerrilla optó por el desplante y el gobierno
tiró la tolla, buena parte de la población se arrojó en
los brazos de un finquero paisa que, con un tono entre
bravucón y sensiblero, prometió manejar el país como
si se tratara de un potro cerrero y de paso acabar con la
subversión. Ocho años después, desesperada porque el
precio de la seguridad democrática fue una aumento desbocado
de la corrupción y la politiquería, buena parte de
esa masa le apuesta su destino a dos matemáticos que
hablan de legalidad como si fuera una virtud particular
y no la obligación de un estado social de derecho que se
precie de serlo.
Para lograr su objetivo, la dupla Mockus-Fajardo,
tan glamorosa como la delantera del Real Madrid, cuenta
con una herramienta que en su momento no tuvieron
sus antecesores: las llamadas redes sociales, un universo
sin lugar ni tiempo, donde las cruzadas de todo tipo se
multiplican y crecen con pasmosa rapidez, al punto de
que hoy ,en los cuatro puntos cardinales de Colombia y
en cualquier lugar de la tierra donde habite un colombiano,
se habla de “El fenómeno Mockus”. Y en este punto
es donde la discusión se torna interesante. ¿Cuántos de
los contagiados por la fiebre se han detenido a analizar
los contenidos de una propuesta capaz de seducirlos con
tan inusitada rapidez? ¿Es la suya una decisión o una
respuesta impulsiva -y a veces compulsiva– al carácter
contagioso de los mensajes que circulan por la red?
Esas son preguntas que los colombianos deberíamos
tratar de responder, independiente de si simpatizamos o
no con los candidatos en cuestión, si queremos de veras
forjar una cultura política donde el raciocinio y al análisis
vuelvan a jugar el papel que les corresponde, sobre todo
en sociedades tan proclives a los actos pasionales como
la nuestra. | |