Manuscrito
Eduardo Barrios (1884-1963) Discurso Confesional en El hermano Asno
Autor
Oyarzún-Vaccaro, Elba Kemy
Institución
Resumen
Desconciertan tanto la relectura de El hermano Asno (1922) como la crítica que ha generado, polarizada desde el mismo momento de la publicación de la novela. Discontinua frente al texto decimonónico, hispana en su ininterrumpida problematicidad noventayochista y chilena en su inserción en el movimiento neotolstoyano, esta novella psicológica está interceptada por lo viejo y lo nuevo en el plano de lo histórico-literario y en el plano de las estrategias de poder. A través de la ironía, el texto desconstruye en la forma de contenido el dogma, la ortodoxia y la noción substancial de “verdad” novelesca. El elemento autobiográfico del relato da lugar a una constitución de sujeto postergado para el cuidado de sí, para la inquietud de sí: Rufino y Lázaro problematizan el acceso a la “gracia” y a la comunidad religiosa de forma que hace irreductible la lectura al circuito teológico. Irrumpe el desenlace novelesco a modo de impedir un final conclusivo. ¿Preparaba el proceso escritural para el acto final de Rufino? ¿Accede mediante ese acto final Rufino a la Gracia o a la condena? ¿Es Rufino un santo o un loco? ¿Es el Capuchino un mensajero de Dios o del “Maligno”? ¿Es el “hermano asno” el sexo concebido como genitalia o lo reprimido en términos civilizatorios? ¿Se critica la ortodoxia religiosa? Fernando Alegría afirma que la novela juzga a “un individuo” y no “a un dogma”, pero reconoce que el desenlace “no soluciona nada”. La duda es precisamente el sello discontinuo y moderno de la escritura, núcleo desestabilizador que quiebra los ejes del relato, introduciendo la incómoda relación entre texto y cultura. La duda se inserta en el límite entre dogma y herejía y remite a uno de los aspectos más desconstructivos del texto no ya frente a los actores (Rufino o Lázaro), sino en la propia organización narrativa, en su enunciación. La intencionalidad implícita se debate con la tendenciosidad autorial. El autor a posteriori puede haber rechazado el elemento iconoclasta que organiza semántica y semióticamente el material de “su” novela. Por encima de las motivaciones de Barrios, la escritura está desquiciada, marcada por un sello nuevo: doble especularidad de la narración, la cual entabla diálogos consigo misma potenciando complicidades no explicitas con las lecturas abiertas de la historia. La parábola de Rufino es parodia de la constitución de un sujeto del orden simbólico, la orden franciscana. Coincidencia no menor entre el orden y la Orden. La escritura parte cuando Lázaro no es aun un “buen” sujeto del orden, de la orden. Ha iniciado siete años antes una búsqueda identitaria. No es aun un sujeto sometido. Parto narrativo en el “momento existencial” por excelencia. Proto sujeto, casi “fraile menor”. El actante privilegiado no es Fray Elías, ejemplo de sujeto integrado al ethos, obediencia ciega. El sujeto privilegiado por la enunciación novelesca—proto sujeto en búsqueda de sentido--de hecho desprecia al sujeto integrado y ejemplar. Esta predilección por lo imperfecto, ambiguo y ambivalente potencia la inestabilidad y mutabilidad de la verdad narrativa. Lo que está puesto en abismo es el acceso del sujeto al Orden Simbólico. Hacerlo ha implicado una opción de género literario: novella confesional. El hablante confesional es incapaz por las propias limitaciones del código literario
elegido de penetrar como pequeño dios por el mundo interior de los personajes, apenas logra entender su propia historia. El texto parte ya fragmentado. Fray Lázaro concluye su diario íntimo entregando la labor narrante a las voces otras: “Frailes y legos discurren…y narran los hechos significativos de esa vida que no entiendo y, sin embargo, con tanto ternura seguí” (137-138). El trono de la coherencia y de la totalidad se ha desperdigado. Lázaro reconoce que “la palabra de Verdad es de amargura (p. 44)”. Sujeto narrador aquí es sinónimo de sujeto escindido. Lázaro intuye que entre los enunciados y la enunciación hay una inestabilidad elemental: sin necesidad y sin habérmelo propuesto me he deslizado a narrar (p. 50). A diferencia del relato decimonónico, el mundo ficticio queda aquí cubierto de un velo de aproximación subjetiva consciente de su rol de “intérprete” de lo narrado, intérprete que solo puede aproximarse esquiva, incompletamente al referente abriendo brechas profundas entre lo indicado y lo narrado, rompiendo el velo de la propia ilusión de verosimilitud. Lázaro dice de Rufino: ¡Pobre! O Feliz. No puedo calificarlo (p. 82).Grietas, elipsis, rodeos, interrogantes y balbuceos. Esa pareciera ser la matriz semiótica desde la cual se enuncia el texto. El pliegue del “diario íntimo” articula la puesta en abismo de la exégesis cristiana que precede a la scientia sexualis. El texto se sitúa entre los rituales punitivos de la simbólica teológica y la medicalización instituida por la psicología. El semantema del secreto confesional es introyectado por la propia forma narrativa en los semantemas del nicho, la celda, la prisión. Lo carnal y lo fálico, “fondos revueltos”, se sitúan en el registro de lo clausurado y reprimido, densamente figurados por la complicidad del relato contra las dimensiones punitivas de la psico medicalización del deseo. La propia “gracia”, aspiración integradora de la Orden es resemantizada desde la mirada secular del deseo polimórfico.