Libro
Aconcagua, la Comarca
Registro en:
1130962
978-956-8127-27-5
Autor
Canales-Cerón, Alejandro Isidoro
Canales-Cerón, Manuel
Razeto, Jorge
Institución
Resumen
Los antiguos, como Estrabon, en los albores de la era iban por la tierra encontrando pueblos y lugares que luego contaban en sus libros. Miraban de consuno la gente y sus paisajes, lo humano y lo físico, como si fueren un entramado donde no cabe imaginarles sino entrelazados. Lo mismo hablaba de cerros que de mitos, de ritos y cursos de agua, del clima y de las voces del lugar. Sabía entonces, quien leía, de aquellos mundos sabiendo de aquellas tierras, como si fueren las dos caras de un mismo ser. Quiso la ciencia, luego, separar las cosas y las gentes, y además quiso luego separar las propias gentes y las propias cosas, en todas las ramas imaginables del saber. El conjunto dio paso a varias geografías físicas y a otras tantas ciencias sociales o humanas. Se perdió, en las conciencias disciplinares, aquel lazo de todo con todo, que aunque difuso, traía un imagen aprehensible de lo que allí podía conocerse. Este libro va de vuelta, apostándose para ver el encuentro de lo que se ha separado. Habla aquí el físico y el cantor, el científico natural y el de la sociología, el del demos y el de la flora, en fin, trae toda una variedad razonable que alcance para rodear, merodear, el Aconcagua. Se estructura en recorridos con varias pistas superpuestas. Tanta variedad arriesga la unidad. Dos veces, sin embargo, la unidad puede emerger entre los lenguajes especializados de este libro: por una parte, como unidad de la referencia, el valle y sociedad del Aconcagua; por la otra, como unidad desde el lector, probablemente aconcagüino, que encontrará en este conjunto pistas de su propia contextura físico simbólica, de su identidad biológica y noológica. 1 Estrabón (en griego antiguo, Στράβων; Amasia, Ponto, c. 64 o 63 a. C.-c. 19 o 24 d. C.) fue un geógrafo e historiador griego conocido principalmente por su obra Geografía. Aconcagua, la comarca 10 Por ello la suerte de este libro, como obra unitaria, regla básica del género, está echada a la propia unidad de su objeto -¿es uno/a Aconcagua?. Misma que de ser encontrada, o sea imaginada, creada incluso, por el lector. Así ocurre por lo demás con todo texto, cuya unidad ha de hacerse desde la escucha que lo comprende. La unidad puede resultar y es distinta, según sea de un observador externo, desde afuera, o desde arriba; y así administrado como unidad pasiva, para otro. O puede alcanzar la unidad desde adentro, y hasta de sus abajos, como una segunda esfera sobre la esfera sociofísica: como conciencia y gobierno de sí mismo o a la inversa. La unidad existe no en las esencias, sino en los proyectos (enrumbados hacia los futuros) y los trayectos hechos (enrumbados desde los pasados). La unidad en el presente, supone el actor capaz de nombrarla y convocarla a su propio dirigirse. Una cibernética o inteligencia local, una conciencia local que haga del lugar su historia (marcha y relato, camino y cuento). Ese es el paso que este libro sugiere y que lo espera del lector, para cerrarse. Este libro se cierra cuando el lector reúne sus fragmentos y se hace la idea, un plan para Aconcagua, o una relectura de la Comarca. Y se abre, reabre, cuando el lector vuelve a preguntarse por el lugar que habita y que le habita, que le produce y a su vez construye. Un libro que busca ser palabra de conciencia local, con ciencia local. Estrabon a fin de cuentas trabajaba para el Emperador, el romano en aquel entonces. Viajaba por la Iberia para informar los caminos y conquistas de aquel, no para el mejor saberse de los ibéricos. En eso nos alejamos: este libro busca su lector entre los aconcagüinos, y su mejor lectura sería al calor de un proyecto de unificación, como identificación (en la estructura, en el ser) y como proyección (en la historia que anda, en el poder). El libro se puede leer en cualquier orden, en tanto la unidad salta entre sus páginas. Puede leerse de corrido, o cada quien hacer sus propios modos de recorrerlo. Se trata cada vez de un visitar el valle: ya por su clima o topologías, su flora, su historia social, su arqueología, su demografía, economía, sus propios recorridos, sus nuevas cuestiones sociales, su arte popular. No sabemos a fin de cuentas donde llegará este barco de papel, ni quienes en suma se subirán a él para viajar por los interiores comarcales. Bastaría a sus autores que al menos se perdiera el libro por entre todos los rincones y los múltiples centros y campos que recorren a diario los aconcagüinos. Si sabemos que es un gusto inmenso ofrecerlo a sus lectores, dando sentido nuevo también a nuestro quehacer como investigadores de la sociedad. 498