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De cuerpo presente, en los umbrales de la finitud (29 tesis sobre teatro, política e inmanencia)
Fecha
2016Registro en:
978-607-8439-48-5
Autor
Esquivel Marin, Sigifredo
Institución
Resumen
El teatro modifica la experiencia. Explora, experimenta, al tiempo
que amplifica el espacio abierto que se despliega entre la vida,
la finitud, el deseo y el límite. La forma singular de pensar en el teatro es el acontecimiento de la singularidad de cuerpo(s)
en escena. El hombre actúa para darle un significado a las cosas.
Actúa para verter el sentido del destino como mascarada,
quiere di-vertirse. Actúa para domeñar certidumbres atroces e
indagar las verdades más ineluctables que exigen antifaz y risa.
La actuación dobla y desdobla la conciencia de la acción. Y la
acción humana nunca se efectúa en el vacío, implica la trama
de la cultura. Entre lo profano y lo sagrado, nació el teatro en la
Grecia antigua. Aristóteles atribuye su origen a las procesiones
y fiestas de Dionisos, “un dios desvergonzado que exigía a sus
fieles símbolos fálicos y ditirambos que celebrasen el sexo y que
se presentasen disfrazados de sátiros con un rabo de cabra”.6
Dionisos exige la teatralidad litúrgica; extraña mezcla de danza,
religión, mito, aquelarre. Al principio se valoraba más la mímica
y la danza, luego emergió el coro, después los personajes. Ir al
teatro era un verdadero acontecimiento cívico y social. A tal
grado que Platón condenó la teatrocracia como hoy condenaría
la videocracia. Ya los ditirambos griegos atemperan la aciaga
impenetrabilidad de los meandros de nuestra interioridad. De ahí
que la máscara (dramatis personae) sea mediación entre visible
e invisible, palabra y silencio, luz e intimidad. En nuestra cultura,
gracias al teatro, la persona-máscara adquiere contenido moral.
La persona moral se modela a partir de la máscara social; habría
toda una dramaturgia de la identidad.