La Escuela de Frankfurt : crítica y emancipación
Autor
Bedoya Cortés, Sergio
Institución
Resumen
Contextos, formas de vida, instituciones, ciencias, Estados, exterminios, totalitarismos,
guerras, pobrezas y tantas otras realidades del mundo contemporáneo nos convocan a
pensar en intelectuales que apunten a la transformación social, una que esté fuera de la
aspiración heredada del positivismo, en la que abunda la expansión tecnócrata que fija la
instrumentalización de la vida en cualquiera de sus manifestaciones, dimensiones, espacios,
cuyos márgenes y contenidos más significativos han sido dados para una pseudodemocracia,
la entelequia a través de la que asoma el pálido sistema político con el que se pretende
alcanzar la igualdad y la participación de las mayorías.
Así mismo, la aspiración por consolidar una fuerza que clame por la transformación
sirve para revocar el precepto de la “autonomía” galante del pensamiento de la Ilustración
hasta hoy. Los resultados de la herencia moderna son las malformaciones racionalmente
establecidas de un exacerbado individualismo que, finalmente, ha llevado al exilio de la
obligatoria ponderación de lo colectivo como un eje apremiante para el buen vivir.
Justo es decir que en la denuncia del espíritu abarcador de la razón instrumental, que
muestra el cerco de desmedros en que se ha vivido en el siglo XX y el que cursa, radica la
vitalidad con la que Horkheimer, Adorno, Benjamin, Marcuse, Fromm y otros pensadores
del Instituto de Investigación Social de Frankfurt dan potencia a la crítica que reconoce la
debilidad de las ciencias sociales y de la filosofía para invocar la acción que transforma a la
sociedad. Con este destello de sensatez y humanidad, la Escuela de Frankfurt establece su
horizonte, uno en el que la teoría obliga a una praxis, a la responsabilidad y la defensa para
que la actividad académica no esté supeditada a los anaqueles bibliotecarios, ni a la mesura
de la reflexión aislada sobre los contextos; más bien, se trata de alcanzar la desmesura que
se circunscribe a una praxis que se sobrepone al dogmatismo. El círculo académico de la
desmesura, además de forjar su trayectoria repensando a Marx, Freud y Hegel, vive las
guerras mundiales, por lo que organizó un sistema de pensamiento situado que sigue contendiendo a las fuerzas totalitarias, preludiando cómo las estructuras dictatoriales
seguirían marcando el vicio de la barbarie y de la violencia hasta el día de hoy.
Sabemos que la izquierda intelectual presente en la Escuela de Frankfurt estuvo
asediada por el exilio, un elemento que sumó llevando a una fragante fertilidad en sus
análisis y posturas. Sensibilidades que actualmente tocan la impronta ejemplarizante del
hacer y la realización de los “intelectuales exiliados” ( Jay, 1991, p. 17), de los “intelectuales
comprometidos” (p. 15), que Horkheimer expresa en los siguientes términos:
Los mártires anónimos de los campos de concentración son los símbolos de
una humanidad que aspira a nacer. Es tarea de la filosofía traducir lo que ellos
han hecho a un lenguaje que se escuche, aun cuando sus voces perecederas
hayan sido acalladas por la tiranía. (Horkheimer, 1969, pp. 169-170)
Claro es que los espíritus ante el Holocausto, en señal de humildad y de perplejidad, de
resquebrajamiento del ser, se doblegan. Entonces, emergen los pensadores vitales, críticos y
comprometidos con los cambios. Se trata de los pensadores que genuinamente reflexionan
sobre cuál sería la vía comprensiva y sensible que tutelaría la vida académica frente a la
aniquilación, el exterminio, la estetización de la política, el juego publicitario de la imagen,
la decadencia del capitalismo, etc. ¿Comunicar?, ¿denunciar para transformar?, ¿expresar
y emancipar?, ¿la revolución?, ¿sumergirse en la banalidad?, ¿cultivar la ceguera?, ¿filosofar
para intervenir?, ¿estructurar un sistema de pensamiento resolutorio?, ¿avanzar en la
ponderación de las subjetividades emergentes?, ¿resignificar las formas emancipadoras que
el marxismo había brindado?, ¿el suicidio? Relacionar una respuesta sembró una espiral, un
eje, un camino válido para salvar el pensamiento de la dilatación, de la afirmación del statu
quo y de la irresolución.
En sus inicios, la Escuela de Frankfurt llamó al establecimiento de una teoría crítica que,
desde la investigación social, tenía la necesidad de repensar la sociología y la filosofía, además
de acudir a las ciencias sociales, la estética y a la reflexión interdisciplinaria, conjunto de
necesidades y de posibilidades que marcan la “naturaleza sinóptica, del trabajo del Instituto”
( Jay, 1991, p. 61). Lo propio del proyecto fue desechar la subordinación de la vida a las formas
alienantes capitalistas emergentes de la sociedad industrial avanzada, así como de los hilos con
los que los sistemas políticos hegemónicos y la ciencia misma halan a la objetividad, restando
valor a las subjetividades y a los márgenes para una praxis emancipadora.
La bases para que la Escuela de Frankfurt avanzara en formulaciones críticas resolutorias
recoge dos ejes. Uno, la distinción epistemológica occidental entre sujeto-objeto que
desemboca en el precepto de objetividad; su usufructo es la excelsitud de las ciencias empíricas
facultativas de la racionalidad positivista que sustrae los contextos sociales e históricos para la
transformación social. En este sentido, es conveniente recordar lo que expresa Horkheimer:
Sólo mediante la superación del apoyo fetichista del conocimiento científico
en la conciencia pura, y mediante el reconocimiento de las circunstancias históricas concretas que condicionaban todo pensamiento, podría superarse
la crisis actual. La ciencia no debía ignorar su propia función social, puesto
que sólo haciéndose consciente de su función en la crítica situación presente
podría sumar su contribución a las fuerzas que provocarían los cambios
necesarios. ( Jay, 1991, p. 61)
Y, por otra parte, en el sistema capitalista el cambio emancipador no es posible. El
imperativo del burgués está flagrantemente vinculado con los dispositivos de objetividad,
mientras que las fuerzas productivas de base, el proletariado, son dependientes y serviles a
la razón ortodoxa instrumentalizadora. La radical división, burgués y proletario, forja los
infortunios de un statu quo, usufructo también de los requerimientos del positivismo y de
las ciencias empíricas. Ante los obstáculos, el llamado de los miembros de la desmesura
obligó a repensar, a encontrar un sentido orientador a la carencia de horizontes para la
vida que había sucumbido a la beatificación de una racionalidad cerrada, cuya directriz
era la cosificación del mundo y de la vida. El constructo resolutorio requirió resignificar la
dialéctica y la praxis.
En la historia del pensamiento filosófico, la dialéctica atisba perspectivas, categorías,
identidades contrarias y contradictorias; así pues, es el recurso que aguza el pensamiento para
identificar antagonismos, contradicciones y desemejanzas sustanciales. No obstante, pese al
carácter formal distintivo propio de la dialéctica, paradójicamente, ha sido tranvía para que
la tradición valide una positividad que propende por un adiestramiento epistemológico: el
hábito de significar las divergencias comprimiéndolas a la unidad, a totalidades que anulan
las oposiciones y contradicciones.
El efecto totalizador sustrae lo heterogéneo, avanzar en un único saber, cultura e
identidad; así que la negatividad que potencia la dialéctica se diluye, resultando efímera,
delirante e ilusoria. Frente a la tozudez tradicional occidental, es la “dialéctica negativa” la vía
concluyente que libera “la dialéctica de semejante esencia afirmativa, sin disminuir en nada
la determinidad” (Adorno, 2017, p. 9).
La dialéctica negativa es el soporte por el que la praxis, la unidad entre teoría y acción, es
fuente para la transformación social. Un especial movimiento dialéctico renovado habilita
vías para los cambios disruptivos frente a las arcaicas alineaciones totalitarias. Bien lo
expresa Horkheimer: “La acción por la acción no es de ningún modo superior al pensar por
el pensar, sino que éste más bien la superó, porque la falta de teoría deja al hombre inerme
ante la violencia” (1969, p. 12). Así pues, el carácter transformador requiere de la conciencia,
la fuerza y determinación para tomar distancia de la perspectiva superficial crítica que la
filosofía tradicional había erigido; solo así el sentido emancipador articula la dialéctica
negativa y la praxis generando nuevos horizontes interdisciplinarios.
Lo anterior glosa la directriz inicial del Instituto de Investigación Social de Frankfurt
que desnudó la tensión esencial que subsiste en la tradición filosófica. Justo es valorar que ese
pensamiento disruptivo se relaciona talentosamente, desde diferentes perspectivas, a lo largo
de los cinco capítulos que conforman el presente libro. Exactamente, se recorren algunas aristas teóricas de Horkheimer, Adorno, Benjamin, Marcuse, hoy considerados miembros
de la primera generación de la Escuela de Frankfurt. Así mismo, se presenta el pensamiento
de Bolívar Echavarría, filósofo latinoamericano que alimentó sus planteamientos bajo la
influencia, entre otros, de la Escuela de Frankfurt, sin querer decir con ello que hoy día se
incluya en este círculo académico.
El recorrido capitular taxativa y contundentemente sigue una metodológica en la que lo
teórico entra en diálogo con las realidades sociales emergentes en el país y Latinoamérica,
de manera que, siguiendo el sentido original de la teoría crítica, se ubican contextos sociales
que son descifrados en aras de significar la huella del signo emancipador. En ese orden de
ideas, aparecen situaciones del contexto nacional, como son los Acuerdos de Paz firmados
entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en 2016, las protestas sociales
del 2019 valorando la fuerza emancipadora frente a la fuerza violenta estatal; y, a nivel
Latinoamericano, las movilizaciones en Chile del 2019. Los recorridos sociales invitan a
la comprensión de las posibilidades de no sujeción de los colectivos humanos a las formas
estatales vigentes, y a la vez se abre un espectro importante para radicalizar la posibilidad
de que las subjetividades emergentes respondan a una circunscripción más allá del tejido
ortodoxo socialista.
Conviene situar la generosidad temática de cada capítulo de la obra que, en su recorrido,
por demás muy bien articulado, brinda perspectivas significativas para comprender
especificidades de cada uno de los pensadores y contextos.
El capítulo inicial, “Teoría crítica y emancipación en Max Horkheimer”, escrito por
Sergio de Zubiría Samper, ofrece un estudio poco ortodoxo, usufructo del trabajo colectivo
y entre generaciones, que responde al interés de pensar los procesos emancipadores en
Latinoamérica nacientes en el siglo XXI. Inicialmente, el texto aborda, aspectos generales
de la biografía de Horkheimer y de la Escuela de Frankfurt. No obstante, el capítulo
subraya el diagnóstico que hizo Horkheimer de la decrepitud del capitalismo y su avance al
haber permeado la democracia que valida la aquiescencia entre la perspectiva competitiva
y el dominio totalitario de las corporaciones trasnacionales. En ese orden de ideas, el texto
de Zubiría presenta las crisis de las guerras mundiales y entre sus períodos, la caída del
muro de Berlín, las dinámicas emancipadoras del siglo XX en el contexto nacional, e
incluso la emergencia actual por la pandemia, como productos de una razón instrumental
concomitante con el positivismo, que dispone el sentido del bien, del mal y de lo verdadero
en contravía de la vida misma.