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La invención de la representación : el leviatán y la legitimidad del Estado moderno
Autor
Ramírez Echeverri, Juan David
Institución
Resumen
RESUMEN : En el camino de la legitimidad
“Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten
sino en bandas de ladrones a gran escala? Y estas bandas, ¿qué
son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen
por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín
según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta
cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega
a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar
ciudades y someter pueblos: abiertamente se autodenomina
reino, título que a todas luces le confiere no la ambición
depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda finura y
profundidad le respondió al célebre Alejandro Magno un pirata
caído prisionero. El rey en persona le preguntó: “¿Qué te parece
tener el mar sometido a pillaje?”. “Lo mismo que a ti –
respondió– el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como
trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por
hacerlo con toda una flota, te llaman emperador”. San Agustín,
La ciudad de Dios.
El pasaje anterior en el que Agustín de Hipona se pregunta por la diferencia entre el poder
que ejerce el jefe de una banda de delincuentes del que se ejerce en el marco de los Estados se ha
convertido en un texto célebre para la historia del pensamiento político. Esta pregunta fue
retomada por Locke doce siglos después, cuando casi en los mismos términos del teólogo de
Hipona, se preguntaba por la diferencia existente entre la autoridad ejecutada por el líder de una
galera de piratas de la ejercida por el líder del poder político. En la formulación de la pregunta, Agustín anuncia que la diferencia existente entre las dos formas
de poder radica en la justicia. El poder del Estado sería o no justo dependiendo de su origen, es
decir, dependiendo de la legitimidad de dicho poder. Esta pregunta por la justicia del poder
político, pregunta que por su tono tiende a ser una objeción, objeción que, además, debe tener un
carácter permanente para el pensamiento político, ha ido más o menos desapareciendo en los
análisis contemporáneos sobre la política. Esto se debe fundamentalmente a dos razones, una de
fondo y la otra de forma: la primera de ellas consiste en que tras la definitiva caída de las monarquías absolutas europeas en el siglo XIX, y la consiguiente adopción de la legitimación
popular del poder político se ha tenido ya como superado el arduo problema de la legitimidad; la
segunda razón es que, principalmente en el último siglo, se ha dado respuesta a la pregunta por la
legitimidad del poder atendiendo a criterios concernientes al ejercicio de éste, es decir, se ha
buscado la legitimidad teniendo como único punto de referencia la legalidad del poder. Este
fenómeno, como lo han señalado de distintas formas autores como Norberto Bobbio y Leo
Strauss, obedece fundamentalmente al auge del positivismo de principios del siglo XX que
reduce el principio de legitimidad en el de legalidad, respondiendo a la pregunta por el origen del
poder con el ejercicio de éste dentro de los límites fijados por el derecho. Así, en los recientes
análisis sobre la política, dominados por la ilusión de la adaptación al método científico, ya no se
pregunta por el por qué, sino sólo por el cómo.