| dc.description | Como la imagen de quien camina a tientas en la oscuridad de su cuarto -ya sea porque
le cortaron la luz, perdió las certezas o le arrancaron los ojos- e inicialmente tropieza
con todo a su paso, pero luego sus sentidos se afinan y logra distinguir algún tipo de
silueta, recordar caminos hechos o la disposición de objetos, mientras lo acompañan los
sentidos, así, en esta situación me dejaron las novelas de Antonio Gil respecto del modo
de acercamiento al pasado, al mundo y las imágenes 1 de mundo que proponen. Es
posible, también, que Gil no sea el único responsable en todo esto.
Probablemente como consecuencia de lo anterior, este escrito es resultado de un
acto de lectura muchas veces desviado, interrumpido, sometido a dudas, ampliaciones y
reducciones, atento al (mal) trato contenido en el hecho de enunciar el "objeto" (de
estudio, de análisis, de interpretación; la novela) con su consiguiente
instrumentalización, en algunos casos analogía de lo instrumentalizado y objetivizado
de la estudiosa, la investigadora o crítica, sujeto alde condicionantes y caminos, si bien
plausibles, desprovistos del riesgo a la malainterpretación.
El estado del que hablé derivó en una reflexión sobre el pasado que me cupo no
sólo su pertinencia respecto de la novela histórica, la narrativa chilena y
latinoamericana, las articulaciones entre la literatura y la historia, la escritura de
descubrimiento y conquista y los escollos metodológicos no siempre fáciles de saltar,
sino una que otra fracasada visita al terapeuta.
Si pensamos en el pasado como lo dejado atrás, como la única inasible y falsa
materialidad de un tiempo que nunca es y que está todavía por ser, la historia, la
escritura y la lectura se presentan como tres modalidades alegóricas y paradójicas en
relación al diálogo con dicho pasado; muchas veces representado como un bloque,
como una línea que se puede desandar, pero las menos como una superposición de
planos, como activación/desactivación de los presentes en función de construcciones
ideológicas, y por tanto hegemónicas, o de latencia y recurrencia de dichos "eventos" en
un "presente". La relatividad de juzgar tanto la historia, la escritura o la lectura si
pasadas, dudosamente presentes e incluso osadamente futuras, radica en una intervención y juicio respecto de la modernidad, sus contrapartes y sus huéspedes2
. Mi
punto, en esta ocasión, es destacar que por más que toda una fuerte tradición
conceptuae haya reformado la metáfora del pasado como una lejanía asible, ordenable,
tipologizable, a fin de cuentas, accesible e identificable, desprovista de peligro4
, no es
menos cierto que hacemos constantes ejercicios de distinto tipo para estar vinculados a
dicho pasado, para hacerle preguntas, representarlo, comprender sus irrupciones no
premeditadas, sin aviso de ningún tipo, en un presente ingenuamente pensado ajeno,
separado o libre de él. | |
