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El reverso de la vanguardia: Continuidades, afinidades, recates y distancias entre la primera y la segunda oleada vanguardista en Argentina
Fecha
2019Registro en:
del Gizzo, Luciana; El reverso de la vanguardia: Continuidades, afinidades, recates y distancias entre la primera y la segunda oleada vanguardista en Argentina; Calambur; 11; 2019; 381-391
978-84-8359-468-1
CONICET Digital
CONICET
Autor
del Gizzo, Luciana
Resumen
La historia del arte argentino fecha la instalación del lenguaje de la abstracción vanguardista a mediados del siglo XX, con la irrupción del arte concreto y el grupo madí. Las experiencias previas de Petorutti, Solar, Curatella Manes, Sibellino, Del Prete y Yente, se toman como manifestaciones aisladas y experimentales, que no lograron afianzarlo ni en la práctica de los artistas ni en la conformación de un público. En el campo de la literatura, en cambio, los años veinte son considerados como el periodo de surgimiento y agotamiento de la vanguardia en coincidencia con los ismos europeos, fundamentalmente, en base a la experiencia martifierristas y a poéticas individuales como las de Oliverio Girondo y el primer Borges. Es cierto, una vez clausurada la década de 1920, el fervor de la vanguardia se apagó. Sus cultores se dedicaron a géneros clásicos como el policial, otros vacilaron en su postura, incluido Girondo, y los nuevos poetas de los años treinta y cuarenta volvieron al verso medido, las metáforas tradicionales y las referencias mitológicas. ¿Cómo fue posible entonces que en los años sesenta el lenguaje poético llano, intimista, conciso, inesperado que legó la vanguardia se volviera casi hegemónico? Si, como afirma Delfina Muschietti, Espantapájaros (al alcance de todos) únicamente pudo encontrar su lector modelo en esa época, ¿cómo y cuándo fue que se formó? Hubo otra vanguardia en Buenos Aires que, a destiempo de los años veinte y sin viajes iniciáticos, con menos alboroto y más conciente de su rol formativo, modificó el lenguaje de la poesía y fue conformando de a poco un público capaz de valorar las nuevas formas. Tanto el invencionismo, la rama poética del concretismo, como el surrealismo procesaron los movimientos europeos anteriores y contemporáneos, incluida la vanguardia rusa y sus derivas, y procuraron conformar una tradición latinoamericana. Sin embargo, tuvieron una relación ambigua y selectiva con sus antecesores vernáculos de dos décadas atrás. Invencionistas, que incluían a Edgar Bayley y el grupo que editaba la revista poesía buenos aires, y surrealistas como Francisco Madariaga o Enrique Molina confluyeron a mediados de siglo para actualizar la literatura en los albores de un quiebre histórico. ¿Era esa actualización subsidiaria de la primera vanguardia? ¿Fueron los poetas de los años veinte sus precursores? ¿Qué tipo de relación textual y personal establecieron? ¿Cuáles son las líneas de continuidad entre ambas vanguardias? ¿Es posible pensar en este caso, como propone Hal Foster (2001) y la historia del arte argentino parece refrendar, que son las vanguardias de mediados de siglo en adelante las que ponen en obra el proyecto vanguardista por primera vez porque registran el antecedente de la vanguardia histórica y lo recodifican? Este trabajo propone analizar el vínculo textual y personal en la sociabilidad de los poetas entre ambas oleadas vanguardistas con el propósito de abordar estos interrogantes y pensar la vanguardia a partir de su reverso y fuera de su propia lógica de novedad, atendiendo las líneas de continuidad, afinidad, rescate y distancia que fueron la base para la transformación del lenguaje poético argentino en la segunda mitad del siglo XX.