Artículos de revistas
La estudiosidad y la vida espiritual
Fecha
1987Registro en:
0036-4703
Autor
Caturelli, Alberto
Institución
Resumen
Resumen: I El estudio y el apetito de conocer
En el antiguo Convento de San Marco, en Florencia, se expone la bellísima
Crucifixión del Beato Angélico. Al pie de la Cruz de la que pende el Señor
franqueado por los ladrones, están María, San Juan, los demás Apóstoles; en
segunda fila, encabezados por Santo Domingo, santos de rodillas y, en pie,,
el primero del extremo derecho del observador, Santo Tomás de Aquino.
Observado en detalle, fra Angélico ha impreso, en el rostro lleno del Aquinate,
una expresión abstraída, con el seña levemente fruncido y los ojos contemplando
a Jesucristo, el Divino Maestro. La totalidad del rostro trasunta
una indefinida claridad y, sobre el celeste ceniza del hábito, un gran diamante
que simboliza la luz con la que iluminó la Iglesia.
En Santo Tomás, toda su naturaleza, curada y elevada por la gracia, mir ' a
hacia la Verdad crucificada. En la reconcentrada expresión de sus ojos, toda
la acción (que era, en él, enseñanza y predicación) es asumida por la visión
contemplativa orientada hacia el foco de la Verdad pendiente del Madero.
El meditador y el místico, el filósofo y el teólogo, constituyen una unidad
inescindible en el acto supremo de la contemplación. Por eso, el conocimiento
debe distinguirse de su fin puesto que el movimiento racional del espíritu
que procura la verdad, no es propiamente la verdad. Más aun: Así como el
apetito sensible es atraído por el bien sensible, análogamente el apetito de
conocer es atraído por la verdad, pero bajo la formalidad de bien. Tensión,
pues, hacia la verdad (también como bien); por eso, una vez poseída, como
decía San Agustín, produce en el alma el gozo de la verdad (beata vita...
est gaudium de veritate).1