Discusiones sobre la implementación del acuerdo final de paz entre el Estado colombiano y las FARC-EP: una mirada en perspectiva desde la academia
Autor
Gaviria Liévano, Jorge
Niño Patiño, Natali
García Lozano, Juan Carlos
Falla Ospina, María Fernanda
Cadavid Peláez, Natalia
Ardila Ávila, Laura Lorena
Colmenares Sanabria, Andrea Carolina
Mora Méndez, Jorge Andrés
Guzmán Rincón, Andrés Mauricio
Rodríguez Bejarano, Carolina
Carretero Pardo, José Jans
Rodríguez Sanabria, Daniela Stefanía
Gómez Jutinico, Luz Ángela
Institución
Resumen
Un grupo de jóvenes y brillantes investigadores en la Universidad Libre,
mujeres y hombres –Luz Ángela Gómez, Jorge Andrés Mora, Andrés
Guzmán Rincón, los profesores del Observatorio de Paz, Natali Niño Patiño
y Juan Carlos García— me ha hecho el honor de solicitarme estas líneas
introductorias a un texto que es fruto de sus pesquisas, reflexiones y originales aportes a una problemática que, siendo la de todos los colombianos,
se torna aquí materia de un trabajo académico específico que revela una
inquietud general en cada una de las presentaciones individuales o colectivas: el esfuerzo creador traducido en letra viva para la solución de una
preocupación nacional común: contribuir para hacer de la paz una entidad
con vida propia, real, dinámica, en incontenible crecimiento, en irreversible
avance.
¡Cesen ya! podríamos pensar, las investigaciones abstractas que se
confunden con nuevos diagnósticos en una nación cuyas realidades más
crudas están ya, por decir lo menos, sobrediagnosticadas. Es, entonces,
hora de que los aportes intelectuales esforzados vayan al encuentro de
las soluciones prácticas. El grupo de autores quiere dar —y en efecto la
logra— una mirada desde la académia a la implementación del Acuerdo
Final de Paz firmado por el gobierno colombiano con la antigua guerrilla de
las FARC-EP.
Pertenecen todos sus autores a la que podría denominarse «La
generación del posconflicto», si por tal se entiende la edificación de la
reconciliación, la armonía y la apertura de la puerta hacia el progreso
sostenido y equilibrado de la sociedad en la que viven. Otros menos entusiastas u optimistas, o quizás más rigurosos, la llamarían «La generación
del posacuerdo». Pero cualquiera que sea la forma para denominarlos, lo
cierto es que todos, sin excepción, creen en la paz como una realidad, como una urgencia y como una necesidad maleable, dúctil, plástica, que espera
ser modelada justamente por las mentes y la acción de científicos sociales
que la nutran de vida y de fuerza como lo hacen, sin duda, con los escritos
que ahora presentan y que, desde su Observatorio de Paz, la Universidad
Libre registra, atesora y somete al ponderado escrutinio de la comunidad
académica.
Ha vivido el país, después de casi dos años de firmado el acuerdo de
paz, tiranteces constantes entre los amigos sinceros del pacto y sus recalcitrantes detractores. Estas han sido tensiones que, desde luego, muy
pocos observadores en el exterior pueden entender cabalmente, entre
quienes, con la muy responsable negociación de los acuerdos firmados,
han producido el hecho incontrovertible de haber evitado que continuara
la hemorragia incontenible que venía desangrando a Colombia y, por el
contrario, estiman que con esa firma el gobierno entregó el país a los
designios de una guerrilla de siniestros antecedentes y de peligrosos
nexos con la decadente y vecina Venezuela de Chávez y Maduro, cuyo
esquema, según ese enfoque, sería el modelo de país que algunos extremistas de la izquierda quisieran para Colombia. Y el sofisticado engranaje
de su maquinaria propagandística posicionó esa disparatada idea, al
punto de obtener los resultados conocidos en las elecciones presidenciales.
Los acuerdos suscritos fueron en verdad abarcantes en cuanto al
radio de acción, puesto que exigen no solo la crucial entrega de las armas
—supuesto inamovible de las negociaciones— sino la participación política
de los antiguos guerrilleros que complementa y explica aquel supuesto
básico. Pero además, y corriendo el grave riesgo de impopularidad, atizada
como se vio por la acerbía de sus resentidos opositores, los acuerdos de
paz que lideró para la historia el gobierno Santos abrieron la puerta a la
necesidad de que el país entre, al fin, a enfrentar la solución de los grandes
problemas, algunos de los cuales llevan siglos de atraso, como el gravísimo
de la tierra; otros de más reciente aparición como el del narcotráfico que
tantas vidas ha costado, que ha diezmado nuestras instituciones y afectado, por su potencia corruptora, los niveles de eticidad en nuestro medio;
unos acuerdos que, aún antes de ser firmados, pusieron a las víctimas del
conflicto armado en el centro de la escena , no solo para que conocieran la
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verdad de lo acontecido sino para que fueran suficientemente reparadas en
todos los sentidos. Unos acuerdos que introdujeron, además, el novedoso
concepto de la garantía de no repetición, que no se contiene en ninguno de
los pactos que pusieron fin a los numerosos conflictos armados de nuestra
historia. Unos acuerdos que concibieron una jurisdicción transicional para
hacer justicia con los elementos insustituibles enunciados, y a través de
unos Magistrados, seleccionados cuidadosamente por su competencia y
pulcritud, y por la manera políticamente descontaminada como se hizo la
escogencia.
Esas peculiares características de la jurisdicción transicional en
Colombia la convirtieron, paradójicamente, en el principal blanco de los
dardos ponzoñosos que se le han venido disparando sin cesar desde todos
los rincones de la extrema derecha nacional y, quizá, de sus aliados internacionales. Con todo, un procedimiento para la JEP fue finalmente aprobado
mediante ley ordinaria en las últimas sesiones del Congreso saliente, con
dos artículos de dudosa consistencia constitucional que buscan desfigurarla dilatando su acción durante dieciocho meses respecto de los
militares, y que quiere una sala especial para ellos, integrada por Magistrados distintos a los actuales y cuya selección estaría seguramente al
alcance de los tentáculos políticos que aseguren su máxima docilidad. La
JEP, así desfigurada, no podría conseguir que de sus audiencias con los
militares saliera a flote la verdad de lo acontecido con sus actuaciones.
Esa es, quizá, la razón de fondo que inspira a los vehementes autores
de la propuesta. Los militares que han dicho querer acudir ante la JEP
para contar su verdad y ser juzgados y sancionados de conformidad, no
ocultan su sorpresa y desacuerdo con esas dilatorias normas. Y saben que
pueden quedar expuestos a la intervención de la Corte Penal Internacional.
Hay buenos motivos para que muchos colombianos sospechen que la
maniobra parlamentaria conduce a que la verdad plena de lo acontecido
en el conflicto armado quede por siempre sepultada en una de las varias
fosas comunes inexploradas que guardan los secretos de nuestra verdadera historia.