Trabajo de grado - Maestría
Rayar/grafitear/callejear : experiencia incorporada y estudio comparado de 4 ciudades en las que rayar, grafitear y callejear son estrategias para desafiar “los peligros de la calle”
Fecha
2019-04-12Registro en:
Universidad Nacional de Colombia
Repositorio Institucional Universidad Nacional de Colombia
Autor
Morales García, Verónica
Institución
Resumen
Los grafismos que cubren las calles han sido material de lectura para mí, a lo largo de la historia que tengo atada a ese laberinto de no lugares que se configura como ciudad. El escenario que comparto con otros, en su forma física, deviene una serie de tensiones que se hacen manifiestas de muchas formas, pero cuando se perfilan gráfica o pictóricamente y se apropian del paisaje, hay consecuencias para todos que van más allá de la alteración de éste. Las intervenciones humanas en las superficies de ladrillo, cemento o metal dan la idea de unas narrativas que encuentran allí su campo de acción y desafían la idea de orden y limpieza de algunos ciudadanos. Es un conjunto de expresiones que toman su forma en unas caligrafías indescifrables, mensajes direccionados, firmas que se repiten incesantemente, formas de exposición personal o comercial, pinturas edulcorando polémicas decisiones urbanísticas. Este lienzo heterogéneo me ha invitado siempre a recorrer la ciudad, esa ciudad negada para el cuerpo femenino. Ciudad que representa el caos, la degradación moral, la ilegalidad, el espacio acumulador de residuos, la decadencia social y el peligro. En el pasado he tenido el cuestionamiento alrededor de mi relación con la calle, por qué este apego y rechazo profundo hacia su carácter caótico, a sus dinámicas efímeras y fluctuantes, a la tensión permanente alrededor de la propiedad privada y el bien público, ¿qué lo hace tan atractivo para mí? Hace 12 años cuando empecé a rayar en la calle, apenas si era consciente de los términos que se utilizaron siempre de forma ligera para denominar esas relaciones. Hablar de lo urbano era equivalente a hablar de la calle y en mi experiencia no, el ejercicio de hacer grafiti me enseñó otra cosa, las cargas simbólicas que ponemos sobre nuestros ideales de ciudad y en particular, ese ideal que contempla una ciudad homogénea en su infraestructura y que ignora completamente la pluralidad de sus dinámicas de uso, demuestran un contraste brutal entre las ciudades que se planean desde escritorios y la mancha humana que describe su existencia en las sucias calles que el proyecto rehabilitador estatal siempre quiere limpiar. No se puede incurrir en una reducción del papel del Estado al de ente garantizador de limpieza, han pasado casi 53 años desde que se dio el grafiti como ejercicio de apropiación en Estados Unidos, el fenómeno ha afectado de tal manera la concepción de ciudad, que hasta el mismo establecimiento se ha encargado de promover estas prácticas, eso sí, ajustándolas a ese imaginario de urbe cosmopolita impoluta y bien planeada, ideario imposible por el que trabaja de forma incansable. Desde que el grafiti a finales de los 60 se permeó de arte como oficio ya más desarrollado y hasta profesionalizado, ha sido una herramienta muy atractiva para varios sectores del poder, incluyendo el económico. Si bien sigue siendo un juego de exposición personal y de depuración técnica, se ha sacado provecho del potencial de difusión que se obtiene operando en estos nuevos escenarios concertados para la intervención del espacio público, eso marca una pauta en la historia de las ciudades, pues también hay un contexto que permite estas concertaciones, entre un oficio que se le conoció en una de sus ramas por el carácter ilegal y que desde hace un tiempo también bebe de las aguas del patrocinio y la legalidad. Se podría decir que el cuerpo es también una zona de conflicto dentro de esa proyección angelical de la idea de ciudad. Existen muchas tensiones entre las leyes y las decisiones que se toman en relación a éste, las fuerzas políticas aún delimitan las prácticas de la individualidad y más grave aún, todavía se culpabiliza al cuerpo por las nefastas circunstancias que se permiten socialmente. Depositar el cuerpo femenino en este escenario, descargar un territorio dentro de un espacio así de conflictivo ha sido, durante estos 12 años de grafiti, uno de los encuentros frontales más contundentes que me han afectado, no solo en mi valoración individual, sino en mi relación con la estructura y con el otro, ese otro transeúnte, ciudadano, vecino, que la cordial distancia de la vida en la ciudad me ha presentado como peligro en potencia, una interacción muy posiblemente indeseada. (el autor)