dc.description | Se encuentra reunido, alrededor de una gran mesa en el centro de una sala, un grupo de personas. Hay arquitectos, ingenieros, productores y, a veces, algún político o empresario. Están tratando de definir las características que va a tener una nueva sala de espectáculos, que han decidido construir en algún lugar estratégico y cuya inauguración ya tiene fecha establecida –el político o el empresario dirán que la fecha es “inamovible”–. A grandes rasgos, conocen la capacidad que va a tener, creen saber para qué se la va a usar, evalúan las ventajas y los problemas del sitio de implantación y, quizá lo que más les interese a los nombrados en último término, el costo que va a tener (aunque intuyen que el número final seguramente vaya a duplicar o triplicar sus predicciones, juegan a suponer que eso no va a ocurrir). Están de acuerdo en la necesidad de lograr una sala de gran calidad, con la mejor acústica en su clase. Discuten el tamaño del escenario, los materiales y hasta los colores de revestimientos y butacas, bromean sobre la lista de invitados a la inauguración... En algún momento, uno de los presentes los lleva a tierra: “todo muy claro, pero ¿cómo empezamos?”, y aparece el fantasma del “tablero en blanco”. | |