dc.description | Es un hecho que la pintura abstracta ha demostrado Brion en su libro L'art —vieja ya de varios milenios, como lo abstrait y como se desprende de algunas pertinentes, observaciones de Herbert Read— viene imponiéndose, desde cincuenta años a esta parte, a la sonrisa, a la indiferencia, al sarcasmo de los frecuentadores de galerías y de museos de todo el mundo. La propagación intensa de esta tendencia en los últimos quince o veinte años —sobre todo después de la segunda guerra mundial— señala que ese modo de hacer no es una simple postura estética, no es un programa de engaños y falsificaciones, no es un producto del azar o de la especulación comercial de los “marchands”.
Hay, claro está, como en todas las épocas, un gran margen de desecho. No son muchos los que quedarán como sobrevivientes de esta aventura. Siempre ha pasado así: y la historia, inflexiblemente, ha apartado el grano de la hierba, con precisión infalible. Hay intereses ideológicos que mantienen deliberada mente el estado de duda y de irritación del público —inclusive del público culto— hacia el arte abstracto, en nombre de un progreso que según ese punto de vista parece verificarse en todos los campos menos en el plástico. La obra de arte, es bien sabido, conjuga las preocupaciones de los hombres en un momento dado del tiempo y formula muchas veces ese “retrato” de la época que los restos arqueológicos nos han legado, para investigar la historia, con infaltable cadencia.
Hoy aparece como evidente que el testimonio más vital y más auténtico de la época que vivimos (y eso no implica su permanencia, al contrario) lo da, en el campo de las artes plásticas, el arte abstracto. | |