dc.description.abstract | El último tramo de la historia ecuatoriana evidencia la confrontación abierta entre
dos mundos, vinculando dialécticamente al oprimido y al opresor: los pueblos
y nacionalidades indígenas y los afrodescendientes frente a una sociedad mestiza
dominante. No se trata solo de un problema de exclusión y asimetrías, sino también
del desconocimiento sobre cómo superar la triple agresión de la que son
víctimas los primeros: el despojo, la discriminación y el desprecio.
La cultura dominante ha propugnado por la integración de los pueblos
indígenas, para que estos asuman los códigos de conducta, de consumo y de
intelección del mundo propios de la sociedad occidental. Aunque muchos
indígenas van acogiendo tales patrones por una dinámica de sobrevivencia,
en general se resisten a la asimilación cultural y a la pérdida de sus respectivas
identidades. Ello se puso de presente con el levantamiento de junio de 1990,
que marcó el inicio de un proceso orientado a la liberación de los pueblos
indígenas. En el campo de las percepciones sociales, ese acontecimiento representa
el inicio del tránsito de una visión racializada de lo indígena, al reconocimiento
de la existencia de culturas diferentes.
En efecto, la lucha del movimiento indígena en las últimas décadas se
desarrolla en el marco de la recuperación o reafirmación de sus identidades y
para ello, construyó formas complejas de organización y de interpelación al
proyecto de configuración del Estado-nación. Estas formas de interpelación
le dan sentido y constituyen el eje en torno al cual gira toda la trama de relaciones
entre el Estado y las nacionalidades indígenas del Ecuador, frecuentemente
tensas y conflictivas (Guerrero, 2000; Bretón, 2001; Carroll, 2002;
Beck y Mijeski, 2001). | |