El dios Jano: de lo fenoménico a lo probable: Criterios para la vida práctica de los pirrónicos y los neoacadémicos
Registro en:
978-958-5466-32-6
Autor
Geovo Almanza, Eduardo
Institución
Resumen
En el título de este trabajo se menciona a Jano, dios romano arcaico
y sin antecedente griego. De acuerdo con García Gual, esta deidad se
representaba con doble rostro, mirada hacia atrás y hacia adelante;
bifronte y sin espalda, su cabeza se alzaba sobre un pilar cuadrangular
o sobre un mojón de los que marcan los lindes. Jano aparece, pues,
como guardián de los caminos y de los nuevos tiempos; el guardián de
las puertas, relacionado con los momentos peligrosos del cruce de un
sitio a otro. Así, esta divinidad puede ser vista también como símbolo
del presente, que es solo un momento decisivo de tránsito entre el pasado
y el futuro (2003: 195).
Al igual que el dios Jano, las corrientes escépticas presentan dos caras,
tal vez incompatibles, pero que subsisten en tensión permanente: la de
los que suspenden el juicio y les sobreviene la ataraxia, una conexión
fortuita que no es promesa de salvación, y la de los que aceptan cierto
grado de probabilidad y verosimilitud en la vida práctica, en el que se
abandona la epoché y la ataraxia por una vida más racional, el mundo
cívico que da lugar al saber menos incierto por ser producto de la actividad
humana. Esto hace recordar que, si se observa detenidamente,
en la vida práctica existe una gran cantidad de acciones importantes
que no pueden realizarse más que desde la probabilidad; por ejemplo,
navegar o viajar, que son tareas abiertas, alejadas de la seguridad o
certeza absoluta, algo contrario a la creencia de los dogmáticos.
Igualmente, la noción de tránsito, entendida como diversos modos de
escepticismo frente a los problemas que plantea el conocimiento de la
realidad y la conducta humana, remite al encuentro entre dos corrientes
escépticas. En este sentido, tanto la tradición pirrónica –—quienes se
sienten deudores de los planteamientos de Pirrón de Elis y consideran
que los han mejorado cualitativamente—, como la tradición neoacadémica
—cuya fuente de inspiración es la postura socrático-platónica,
sobre todo la que se encuentra en los diálogos de juventud o diálogos
socráticos—, comparten, pese a las diferencias, que sus postulados no
tienen ningún carácter doctrinal o dogmático, defienden o presentan
sus argumentos con el firme propósito de construir respuestas provisionales
y racionales con la convicción de que no existe un criterio que
permita determinar qué es lo verdadero y qué es lo falso; sin abandonar
una de las actitudes o deseos fundamentales del ser humano: seguir investigando, porque, tal vez, como afirma Sócrates, una vida sin examen
no es una vida digna para el hombre.
Como guardián de los caminos y de los nuevos tiempos, y como experiencia
del pensamiento, el escepticismo no ha sido estéril en la historia
de la filosofía occidental. Raramente adoptado como tal en su versión
antigua, pero frecuentemente revisado y repensado, a veces atenuado,
a veces radicalizado, mas nunca asumido como algo banal y superfluo,
ha sido capaz de mostrar, a través de tantos pensadores, que dichas
posturas, en muchas ocasiones, despiertan al pensamiento de su «sueño
dogmático». En cuanto a su relación con los momentos peligrosos del
cruce de un sitio a otro, el escepticismo representa una invitación permanente
a revisar fundamentos, ya que, tal vez, la ausencia de sentido
es el sentido, por cuanto parece que la incertidumbre es condición de
la vida feliz.