Cassany comienza su extenso trabajo sobre el desarrollo y la enseñanza de la escritura con dos afirmaciones que aluden directamente al reto educativo que ésta implica: 1) a pesar de las voces de alarma que advierten sobre su extinción, vivimos en sociedades en las que todavía la lengua escrita es un instrumento, ampliamente utilizado, de poder y solidaridad, de conocimiento y manipulación, de aprendizaje y comunicación; sin embargo, 2) escribir es una actividad que involucra una gran inversión de esfuerzo cognoscitivo y requerimientos verbales no fácilmente accesibles. Necesidad y dificultad son, por lo tanto, contrapesos que debemos equilibrar en toda propuesta de enseñanza de la escritura realmente viable. Y a eso se aboca precisamente el autor a lo largo de este tratado.