Los docentes (en general) encontrábamos en las clases presenciales, en las paredes del aula, en la intermediación de cuerpos, árboles a los que trepar para ponernos a salvo. Pero... en marzo de 2020, algo llamado COVID 19 irrumpió en nuestra “vida académica” y los taló de raíz. Aquello que nos mantenía a salvo había desaparecido brusca e intempestivamente. Con escasa información viable y sin demasiado tiempo para reflexionar, nos vimos empujados a tomar nuevas decisiones, en definitiva, nos encontrábamos frente al desafío de plantar nuevos árboles, hacerlos crecer aceleradamente y encontrar nuevos refugios para protegernos de “los perros”. El adquirir nuevas habilidades que se adecuaran a este nuevo, inesperado y disruptivo contexto, con el aditamento de tener que hacerlo en un tiempo record (para evitar paralizar la actividad), constituía un reto poco sencillo. Expulsados de nuestra Zona de Seguridad, la tarea se veía sobre aumentada. A 20 días, aproximadamente, de la fecha pautada para el inicio del IV Congreso Internacional de Enseñanza del Derecho, los integrantes del Observatorio de Enseñanza del Derecho nos reunimos para tomar, quizás, una decisión más que difícil: dar inicio, postergar o suspender el evento. Aprendimos, rápidamente, a debatir por videoconferencia, luchando con las zancadillas tecnológicas de las plataformas o la señal de internet que, en ocasiones, impiadosamente nos congelaba la imagen, entrecortaba la voz o nos complicaba el acceso.Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales