Los resultados de las recientes elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América, junto a las elecciones legislativas federales (elección de toda la Cámara de Representantes y un tercio de la Cámara del Senado) han dejado atónita a la mayor parte de la opinión pública internacional. No solo por el hecho de que Donald Trump como fenómeno mediático y electoral diese al traste con todos los pronósticos y predicciones de las más afamadas encuestadoras y los grandes medios de comunicación social, por segunda vez, lo cual, además, constituye una inaceptable intento de manipulación de la opinión pública del electorado americano, sino también, porque para nuestro mayor estupor, pareciera que las deleznables practicas de sufragios fantasmas (muertos votantes) no solo pareciera ser una práctica aborrecible de las republicas bananeras latinoamericanas, sino que ocurre en el mismísimo corazón de la democracia contemporánea.