Vestigios de una felicidad jubilada

Abstract

Lucho Villavicencio, el pensador de potrero, solía decirle a su compadre Liborio Zamora que, durante toda su vida, cargó con esta pregunta: ¿Cómo es que los primeros inmigrantes, y los que llegaron después, no salieron huyendo luego de la primera noche de pleitos rabiosos con la pandilla de moscos que reinaba a mansalva en esta planicie de matorrales y de sol desparramado? Era evidente que la historia le ocultaba la explicación, pero los hechos eran contundentes. Entre las polvaredas que levantaba el viento, fueron llegando forasteros atraídos por una tierra que se fue convirtiendo en un campo fértil. La aurora del siglo XX fue testigo de un hecho que la racionalidad y las emociones todavía no terminan de entender a satisfacción: lo que no era, empezó a ser. La ciudad impensada fue parida en un rescoldo del mundo y la desolación le pegó su primera nalgada. Junto a Lucho y Liborio, Pánfilo Farías, el empresario más audaz que tuvo esta región, vivieron para contarla.